sábado, 1 de octubre de 2011

JAVI, BREVE HISTORIA DE UN NIÑO HIPERACTIVO

JAVI, BREVE HISTORIA DE UN NIÑO HIPERACTIVO.

 

No recuerdo bien cuando fue el momento en que empezaron a regañarme por todo. Frases como: ¡Estate quieto!, ¡No toques eso!, formaban parte de mi vida.

En preescolar, no me fue mal. La señorita me dejaba estar un poco a mi aire y sólo protestaba porque no le hacía caso y me negaba a recoger los juguetes. En casa, se empezaron a hacer habituales mis travesuras: pintarle la azotea al vecino, llenar la freidora de gaseosa o intentar enchufar un secador metido en un lavabo con agua. No eran cosas que yo hiciese aposta, sencillamente no pensaba en las consecuencias de todo aquello.

Tenía en aquel tiempo muchísimos juguetes, pero realmente como me lo pasaba mejor era sacando todo de sus cajas, sencillamente me aburría cuando jugaba y a los cinco minutos lo que había abierto ya no me interesaba.

Recuerdo de aquella época como me gustaba perderme en el supermercado y dedicarme a cambiar las cosas de sitio y sobretodo recuerdo las rabietas que les formaba a papá y a mamá cuando no querían comprarme algo.

Mis problemas reales en el colegio empezaron cuando entré en primero. No sé por qué todo el mundo se empeñó en que tenia que aprender a leer y a escribir del tirón.

Ya no jugábamos en clase, todo era copiar letras. Fue entonces cuando comencé a llevar notas de la señorita a casa, un día sí y otro también.

En las notas, mi maestra informaba a mis padres de que no hacía nada en el cole, que me dedicaba a sacar punta a los lápices y alborotaba a todos. Según la seño, ella no tenía forma de hacerme entrar en razón, y menos teniendo a treinta niños más en la clase.

En el comedor, siempre he tenido problemas, porque me negaba a comer lo que no me gustaba, que por otro lado era casi todo. En los scouts, en un campamento estuve nueve días sin probar más que agua, hasta que tuvieron que llamar a mis padres para que fueran a recogerme. Recuerdo que comí con tantas ganas aquella noche, que vomité.

Todo el año transcurrió de la misma manera, en casa, enfado tras enfado por que no paraba quieto salvo cuando veía los dibujos o jugaba al ordenador, en el coche por que daba volteretas y en el cole por que no hacia caso y me distraía con el vuelo de una mosca.

Cuando pase a segundo, las cosas se pusieron todavía peor. Las letras en mi cabeza estaban derechitas, pero cuando escribía parecían bailar algún ritmo extraño. Mis cuadernos, según la maestra daba pena verlos y aunque a veces lo intentaba, mi trabajo de clase siempre estaba por detrás del resto.

Empecé a quedarme castigado sin ir al recreo, por si así terminaba la tarea. La verdad es que mucho no me importaba porque tampoco jugaba en el patio. Mis compañeros decían que estropeaba siempre los juegos porque no sabía perder. En clase si que jugaban conmigo e incluso me animaban a que hiciera un poco el payaso y así enfadábamos a la seño.

Mis relaciones con los niños no eran buenas. La verdad es que me invitaban a muy pocos cumpleaños. Yo hacía como que me daba igual pero en el fondo me quedaba triste. Cuando fue el mío, mamá invitó a toda la clase pero sólo vinieron cinco.

Toda la tarea que no hacía en el colegio la llevaba a casa y allí tampoco la hacía. Me aburría, no tenía ganas y tampoco sabía porque tenía que hacer aquel trabajo si no me gustaba. Hubo alguna tarde que pasé encerrado en mi cuarto por no querer copiar dos frases. Era extraño, por un lado quería copiarlas porque quería ver los dibujos, pero por otro lado era tan cabezota que ni yo mismo me daba cuenta que el que perdía era yo.

Cuando papá a fuerza de amenazas, conseguía que terminara la tarea en casa, a veces al llegar al cole la seño la tachaba porque estaba tan mal que apenas podía leerse, con lo cual el esfuerzo todavía me parecía más inútil.

En aquel tiempo, mi abrigo, mi bufanda, mis guantes o mis libros era un éxito encontrarlos. Muchas veces olvidé en el colegio mi abrigo y por las mañanas, mamá se volvía loca buscándolo en casa. Esto se unía a que de por sí, las mañanas ya eran revueltas, pues encontrar mis zapatos, mis gafas o vestirme era según mamá una batalla perdida.

La señorita ya no aguantaba más, decía que tenía 30 niños en la clase y que no podía estar encima de mí todo el rato y que yo además me negase a trabajar.

Mis padres me llevaron al médico y me hicieron un montón de pruebas, al final, ellos supieron que lo que me pasaba es que tenía Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad y que en realidad no hacía las cosas mal por querer hacerlas mal, solo era que no podía hacerlas de otra forma.

Empecé a visitar a Rocío, mi psicóloga y me dieron una pastillita todas las mañanas. De repente, fue como si empezase a tener ganas de hacer las cosas bien. Las letras de mi cuaderno, antes tan torcidas comenzaron a ponerse derechitas, y en los márgenes, la seño empezó a dibujar gaviotas que al verlas me llenaban de satisfacción. De vez en cuando, una notita al margen decía: ¡Javi, lo estas haciendo muy bien!, y esa nota, la leía despacito una y otra vez.

Ahora, cuando llegaba a casa lo primero que hacía era la tarea, pues me gustaba ver gaviotas volando en mis cuadernos.

Este año he comenzado tercero y todo ha cambiado. La seño nueva esta contenta y papá y mamá casi ni se creen que ahora sea tan responsable.

Lo único que no ha cambiado ha sido la relación con mis compañeros. Ellos siguen sin aceptarme en los juegos y ahora tampoco en clase, pues ya no me apetece hacer el payaso para distraerlos y además quiero que mi maestra está contenta.

No consigo que me dejen jugar al fútbol en el recreo. Dicen que no lo hago bien, que soy muy patoso, sólo me dejan cuando alguno no ha venido porque esta malo. A mí, esto me da mucha rabia pero si sólo así puedo jugar con ellos me callo y no digo nada.

A veces la seño, les dice que jueguen conmigo, pero eso es peor. Al final, me quedo sólo y encima si la seño me pregunta al subir, le digo que sí he jugado para que no se ponga triste.

En clase de educación física nos tenemos que poner por parejas para hacer juegos, pero nadie se quiere poner conmigo. El otro día el profesor obligó a una niña, María a ponerse conmigo y ella se puso a llorar. A mí también me daban ganas de llorar pero me aguanté. Sé que antes no me portaba bien en los juegos y por eso no querían formar pareja conmigo, pero ahora me porto bien y tampoco quieren.

Otra vez han vuelto a llamarme gafotas y se lo he dicho a mamá. Ella piensa que estoy guapo con gafas y que también otros de la clase las llevan, pero yo no soy rubio como Alex, ni juego bien al fútbol como Nacho, sólo llevo gafas, bueno, y a partir de la semana que viene, otro aparato que me van a poner en los dientes. ¡ Me da miedo pensar lo que me llamarán ahora ¡

Esta noche, cuando mamá ha venido a arroparme me ha dicho que para ella era una persona muy especial. Yo le he contestado que no la entendía, pues casi todo me sale mal y ella simplemente ha dicho que era especial porque era yo y que eso era más que suficiente y que no importa que las cosas no siempre salgan bien. Me gustaría entenderla, pero sobretodo me gustaría que algún día, mis amigos pensasen como ella. EPILOGO

Este relato, naturalmente no ha sido escrito por Javi, sino por mí que soy su madre, tratando de reflejar los sentimientos que él, poco a poco nos ha ido transmitiendo a sus profesoras, a su psicóloga y a mí.

Javi es un niño que actualmente tiene ocho años. Con tres, ya manejaba perfectamente el ordenador sin saber leer. Es un niño muy inteligente y muy sensible que nunca debió haber tenido problemas en el cole, aunque este año, su suerte ha parecido cambiar. Afortunadamente hemos sabido a tiempo que el problema de Javi se llama TDAH ( Déficit de Atención con Hiperactividad) y entre todos estamos ayudándole a poner un poco de orden en su vida.

Hoy Javi vive la frustración de saberse un niño que ha cambiado y a pesar de ser consciente de que ha sido un cambio positivo, no entiende porque su entorno no le permite ser otro Javi. A veces, los niños son crueles y no aceptan que alguien varíe y quizás preferían a ese Javi que hacía el tonto y entretenía a toda la clase.

El año pasado no lo invitaban a los cumpleaños porque tal vez solo era popular a la hora hacer el payasete, y eso no le importaba mucho, pero este año, siguen sin invitarlo y ahora él no encuentra una explicación a esa situación, sencillamente ahora es consciente de que no es aceptado.

Dicen que un 5% de los niños en edad escolar, están en la situación de Javi y necesitan ayuda de sus padres, del colegio y de sus amigos.

Yo quiero pedirles aquí, que acepten a niños como Javi, que eviten que estos niños formen una coraza a su alrededor para no sentirse marginados, que les entiendan y que como sueña Javi, no siempre esperen de ellos que todo deba ser perfecto. Su futuro, aunque empieza escribiéndose con renglones torcidos debe ser tan diáfano como el del resto de los niños. JAVI, BREVE HISTORIA DE UN NIÑO HIPERACTIVO No recuerdo bien cuando fue el momento en que empezaron a regañarme por todo. Frases como: ¡Estate quieto!, ¡No toques eso!, formaban parte de mi vida. En preescolar, no me fue mal. La señorita me dejaba estar un poco a mi aire y sólo protestaba porque no le hacía caso y me negaba a recoger los juguetes. En casa, se empezaron a hacer habituales mis travesuras: pintarle la azotea al vecino, llenar la freidora de gaseosa o intentar enchufar un secador metido en un lavabo con agua. No eran cosas que yo hiciese aposta, sencillamente no pensaba en las consecuencias de todo aquello. Tenía en aquel tiempo muchísimos juguetes, pero realmente como me lo pasaba mejor era sacando todo de sus cajas, sencillamente me aburría cuando jugaba y a los cinco minutos lo que había abierto ya no me interesaba. Recuerdo de aquella época como me gustaba perderme en el supermercado y dedicarme a cambiar las cosas de sitio y sobretodo recuerdo las rabietas que les formaba a papá y a mamá cuando no querían comprarme algo. Mis problemas reales en el colegio empezaron cuando entré en primero. No sé por qué todo el mundo se empeñó en que tenia que aprender a leer y a escribir del tirón. Ya no jugábamos en clase, todo era copiar letras. Fue entonces cuando comencé a llevar notas de la señorita a casa, un día sí y otro también. En las notas, mi maestra informaba a mis padres de que no hacía nada en el cole, que me dedicaba a sacar punta a los lápices y alborotaba a todos. Según la seño, ella no tenía forma de hacerme entrar en razón, y menos teniendo a treinta niños más en la clase. En el comedor, siempre he tenido problemas, porque me negaba a comer lo que no me gustaba, que por otro lado era casi todo. En los scouts, en un campamento estuve nueve días sin probar más que agua, hasta que tuvieron que llamar a mis padres para que fueran a recogerme. Recuerdo que comí con tantas ganas aquella noche, que vomité. Todo el año transcurrió de la misma manera, en casa, enfado tras enfado por que no paraba quieto salvo cuando veía los dibujos o jugaba al ordenador, en el coche por que daba volteretas y en el cole por que no hacia caso y me distraía con el vuelo de una mosca. Cuando pase a segundo, las cosas se pusieron todavía peor. Las letras en mi cabeza estaban derechitas, pero cuando escribía parecían bailar algún ritmo extraño. Mis cuadernos, según la maestra daba pena verlos y aunque a veces lo intentaba, mi trabajo de clase siempre estaba por detrás del resto. Empecé a quedarme castigado sin ir al recreo, por si así terminaba la tarea. La verdad es que mucho no me importaba porque tampoco jugaba en el patio. Mis compañeros decían que estropeaba siempre los juegos porque no sabía perder. En clase si que jugaban conmigo e incluso me animaban a que hiciera un poco el payaso y así enfadábamos a la seño. Mis relaciones con los niños no eran buenas. La verdad es que me invitaban a muy pocos cumpleaños. Yo hacía como que me daba igual pero en el fondo me quedaba triste. Cuando fue el mío, mamá invitó a toda la clase pero sólo vinieron cinco. Toda la tarea que no hacía en el colegio la llevaba a casa y allí tampoco la hacía. Me aburría, no tenía ganas y tampoco sabía porque tenía que hacer aquel trabajo si no me gustaba. Hubo alguna tarde que pasé encerrado en mi cuarto por no querer copiar dos frases. Era extraño, por un lado quería copiarlas porque quería ver los dibujos, pero por otro lado era tan cabezota que ni yo mismo me daba cuenta que el que perdía era yo. Cuando papá a fuerza de amenazas, conseguía que terminara la tarea en casa, a veces al llegar al cole la seño la tachaba porque estaba tan mal que apenas podía leerse, con lo cual el esfuerzo todavía me parecía más inútil. En aquel tiempo, mi abrigo, mi bufanda, mis guantes o mis libros era un éxito encontrarlos. Muchas veces olvidé en el colegio mi abrigo y por las mañanas, mamá se volvía loca buscándolo en casa. Esto se unía a que de por sí, las mañanas ya eran revueltas, pues encontrar mis zapatos, mis gafas o vestirme era según mamá una batalla perdida. La señorita ya no aguantaba más, decía que tenía 30 niños en la clase y que no podía estar encima de mí todo el rato y que yo además me negase a trabajar. Mis padres me llevaron al médico y me hicieron un montón de pruebas, al final, ellos supieron que lo que me pasaba es que tenía Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad y que en realidad no hacía las cosas mal por querer hacerlas mal, solo era que no podía hacerlas de otra forma. Empecé a visitar a Rocío, mi psicóloga y me dieron una pastillita todas las mañanas. De repente, fue como si empezase a tener ganas de hacer las cosas bien. Las letras de mi cuaderno, antes tan torcidas comenzaron a ponerse derechitas, y en los márgenes, la seño empezó a dibujar gaviotas que al verlas me llenaban de satisfacción. De vez en cuando, una notita al margen decía: ¡Javi, lo estas haciendo muy bien!, y esa nota, la leía despacito una y otra vez. Ahora, cuando llegaba a casa lo primero que hacía era la tarea, pues me gustaba ver gaviotas volando en mis cuadernos. Este año he comenzado tercero y todo ha cambiado. La seño nueva esta contenta y papá y mamá casi ni se creen que ahora sea tan responsable. Lo único que no ha cambiado ha sido la relación con mis compañeros. Ellos siguen sin aceptarme en los juegos y ahora tampoco en clase, pues ya no me apetece hacer el payaso para distraerlos y además quiero que mi maestra está contenta. No consigo que me dejen jugar al fútbol en el recreo. Dicen que no lo hago bien, que soy muy patoso, sólo me dejan cuando alguno no ha venido porque esta malo. A mí, esto me da mucha rabia pero si sólo así puedo jugar con ellos me callo y no digo nada. A veces la seño, les dice que jueguen conmigo, pero eso es peor. Al final, me quedo sólo y encima si la seño me pregunta al subir, le digo que sí he jugado para que no se ponga triste. En clase de educación física nos tenemos que poner por parejas para hacer juegos, pero nadie se quiere poner conmigo. El otro día el profesor obligó a una niña, María a ponerse conmigo y ella se puso a llorar. A mí también me daban ganas de llorar pero me aguanté. Sé que antes no me portaba bien en los juegos y por eso no querían formar pareja conmigo, pero ahora me porto bien y tampoco quieren. Otra vez han vuelto a llamarme gafotas y se lo he dicho a mamá. Ella piensa que estoy guapo con gafas y que también otros de la clase las llevan, pero yo no soy rubio como Alex, ni juego bien al fútbol como Nacho, sólo llevo gafas, bueno, y a partir de la semana que viene, otro aparato que me van a poner en los dientes. ¡ Me da miedo pensar lo que me llamarán ahora ¡ Esta noche, cuando mamá ha venido a arroparme me ha dicho que para ella era una persona muy especial. Yo le he contestado que no la entendía, pues casi todo me sale mal y ella simplemente ha dicho que era especial porque era yo y que eso era más que suficiente y que no importa que las cosas no siempre salgan bien. Me gustaría entenderla, pero sobretodo me gustaría que algún día, mis amigos pensasen como ella. EPILOGO Este relato, naturalmente no ha sido escrito por Javi, sino por mí que soy su madre, tratando de reflejar los sentimientos que él, poco a poco nos ha ido transmitiendo a sus profesoras, a su psicóloga y a mí. Javi es un niño que actualmente tiene ocho años. Con tres, ya manejaba perfectamente el ordenador sin saber leer. Es un niño muy inteligente y muy sensible que nunca debió haber tenido problemas en el cole, aunque este año, su suerte ha parecido cambiar. Afortunadamente hemos sabido a tiempo que el problema de Javi se llama TDAH ( Déficit de Atención con Hiperactividad) y entre todos estamos ayudándole a poner un poco de orden en su vida. Hoy Javi vive la frustración de saberse un niño que ha cambiado y a pesar de ser consciente de que ha sido un cambio positivo, no entiende porque su entorno no le permite ser otro Javi. A veces, los niños son crueles y no aceptan que alguien varíe y quizás preferían a ese Javi que hacía el tonto y entretenía a toda la clase. El año pasado no lo invitaban a los cumpleaños porque tal vez solo era popular a la hora hacer el payasete, y eso no le importaba mucho, pero este año, siguen sin invitarlo y ahora él no encuentra una explicación a esa situación, sencillamente ahora es consciente de que no es aceptado. Dicen que un 5% de los niños en edad escolar, están en la situación de Javi y necesitan ayuda de sus padres, del colegio y de sus amigos. Yo quiero pedirles aquí, que acepten a niños como Javi, que eviten que estos niños formen una coraza a su alrededor para no sentirse marginados, que les entiendan y que como sueña Javi, no siempre esperen de ellos que todo deba ser perfecto. Su futuro, aunque empieza escribiéndose con renglones torcidos debe ser tan diáfano como el del resto de los niños.